“Usted y yo vamos a vivir una historia de amor”, me dijo así, de la nada.
Yo me reí. Él, tan estructurado, tan formalito, me salió con esa
propuesta que, sin ser una propuesta indecente, sonó a tentación irresistible.
Yo, que si de algo me jacto es de dominar la expresión escrita (de
la oral prefiero no hablar para mantener las formas), quedé sin palabras.
Y fuimos tejiendo una historia. Sería presuntuosa llamarla “de
amor”, pero digámosle de sentidos bailando al mismo ritmo y de una llama tan
intensa cual efímera.
Pero una historia de amor, aún en el papel, hecha de letras y ensueños, necesita de dos para ser escrita.
Tuvo un comienzo
auspicioso, sí. De coqueteos a veces tiernos y de otros bordeando lo erótico.
Tuvo ausencias que impedían que esa historia prosperara y también hubieron
reencuentros prometedores en que ambos vibraron aún ante las palabras no
dichas.
Intenté desplegar mis armas de seducción: muchas veces creí
lograrlo, pero…quien lo sabe? Porque cuando creí que casi, casi lo había
acariciado con mis palabras, aún más en aquellas entrelíneas que él parecía
interpretar, se escapaba de manera abrupta.
Y fue así que, cansada ya de tantos puntos suspensivos, decidí
ponerle un punto final a la historia que
quiso, pero no pudo ser.