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sábado, 31 de mayo de 2014

PAJARO ESPINO

Mi corazón aún galopa…
Y duele el pecho y el alma…
La razón huye deprisa,
Tambaleante, enceguecida…
Sé que el dolor llega de la mano
De quien alguna vez me amó…
Y aún así, mi corazón canta…
Mi rostro se ilumina ante su presencia,
Y ofrezco mis venas
Para que mi sangre lo alimente,
Para que me fagocite..
Para que me haga suya
Como antes, como siempre…
Y de mis lágrimas brotarán rosas.
Su sonrisa…
La más bella, la más mía,
Me hipnotiza, me encandila, me subyuga.
Y ofrezco mi cuerpo para sus puñales,
Y sonrío, y lo beso, y lo amo…
Como el pájaro espino,
Herida de muerte y aún así,
Desgrano mis más hermosos trinos
Porque él está conmigo.
Y la muerte llega, lenta, pero implacable.
De sus labios recibo el frío del ocaso,
Pero estoy feliz: morí en sus brazos!!



TERCER POEMA DE AUSENCIA

Tú has escondido la luz en alguna parte
y me niegas el retorno,
sé que esta oscuridad no es cierta
porque antes de mis manos volaban las luciérnagas,
y yo te buscaba
y tú eras tú
y éramos unos ojos
en un mismo lecho
y nadie de nosotros pensaba en el eclipse,
pero nos hicimos fríos y conocidos
y la noche se hizo inaccesible
para bajarla juntos.
Tú has escondido la luz en alguna parte,
la has plantado en otros ojos,
porque desde que ya no existes
nada de lo que está junto a mí amanece.

Homero Aridjis (México 1940)



martes, 27 de mayo de 2014

CUANDO EL AMOR NO DICE LA ÚLTIMA PALABRA


Cuando algo nuestro intacto
se funde y me confunde
-somos uno en dos partes
que sufren por su cuenta-,
desesperadamente algo nuestro se busca
sin ayuda de nada algo nuestro se encuentra.

La unión se realiza,
la ausencia no atormenta,
el dolor se desmaya,
el silencio se expresa
-cuando el amor no dice
la única palabra
está escrito el poema-.

Alto profundo es esto que nos une,
esto que nos devora y que nos crea;
ya se puede vivir
teniendo el alma
cogida por el alma
del que esperas;

pena es tener tan sólo una vida
-sólo una vida es poco
para esto
de querer sin recompensa.

Gloria Fuentes (España 1918 - 1998

EL ARENAL

Rueda tu adiós. Rueda como un viento sobre las arenas del desierto, levantando un oro que resplan­dece al sol, quema, lastima los ojos. Y entonces el llanto corre por mi rostro y tengo que inventar cualquier excusa para cortar la charla o el trabajo, me entró una basurita, se me hace tarde, chau.
Rueda como una piedra, y montaña abajo, co­razón abajo, va formando un alud, y tanta nieve me aplasta, me ahoga. No puedo, no puedo soportarlo. Quiero arrancarme el adiós de encima, quiero libe­rarme del adiós. Y nada. No puedo.
Podría decirte que tu adiós tiene más poderes sobre mí que los que tuvo tu amor.
Porque cuando me amabas, cuando el mundo era hermosísimo y transparente, tu amor era un aliento leve que me contenía y en él podía ir y venir, mo­verme como dentro de las aguas de un río calmo y refrescante, remontarme a los territorios de la infancia, columpiarme entre nubes de mariposas anaranjadas apantallando al verano con sus alas inquietas.
Cuando me amabas yo podía ser un vértigo.
Cuando me amabas yo podía ser un canto su­biendo por los valles, repicando en los campanarios, girando en las aspas de los molinos, trepando sin cansancio las escaleras de la lluvia. Un canto via­jando por montañas, multiplicándose en el eco de algunos desfiladeros, empapándose en la humedad de las gramillas...
Cuando me amabas yo podía ser un ave.
Cuando me amabas yo podía ser una mujer.
Podía pasarme largo tiempo delante del espejo poniéndole colores a mi rostro, perfumando mi cuerpo, tratando de parecer bella para que pensaras que era bella.
Podía recorrer las calles mirando vidrieras pa­ra elegir la ropa que te hiciera decir: hoy estás linda, te queda bien el verde o el azul o el turquesa...
Cuando me amabas yo podía ser... el universo, con todo lo que tiene dentro el universo.
Pero libre, libre, libre de estar con vos o estar por ahí, pensando en vos, queriéndote cuando se me daba la gana o todo el día o unos minutos; cerrando los ojos y encontrando tus palabras dentro de mí. Estirando mis manos y encontrando tu cuerpo, o el recuerdo de tu cuerpo estremeciéndome.
En cambio ahora... desde tu adiós, soy una esclava, una pobre esclava de la tristeza, del abismo,
Quiero pensarte, y una nebulosa me ciega los ojos.
Quiero tocarte, y un vacío me circunda.
Quiero hablarte, y un silencio aborta mis pa­labras.
Cierro los ojos, y te vas escapando por un tra­galuz que no me permite alcanzarte ni con la mirada ni con el recuerdo ni con el grito...
Tu adiós me ha paralizado.
Detuvo las agujas del reloj... y ¿por qué, por qué no detuvo los latidos de mi corazón... ?
¿Por qué no me cortó el aliento?
Solamente me cortó las alas, me dejó conver­tida en estatua, sin sueños, sin quimeras, sin espe­ranzas, sin camino delante, sin luz, sin trinos. Como un árbol partido por el rayo, quemado, atado a sus raíces secas que lo mantienen, quién sabe por qué, en pie.
Y soy un arenal de revueltas arenas, en donde no crecerá nada, nunca más, por los siglos de los siglos.
Y ni siquiera amén.

autora: Poldy Bird



domingo, 18 de mayo de 2014

LETANIA DE LA DESPEDIDA

Y el tiempo nos cercó de una manera extraña:
Tiempo que aleja, que separa, que lastima.
Y es no saber quién es el otro.
Es no reconocer ni sus palabras, ni sus gestos.
Es olvidar dónde quedó aquello que, alguna vez,
Hizo temblar mi alma.
Y me reconozco fría, y me sé distante.
Y es mirarte sin verte, sin conmoverme, sin querer besarte.
En algún lugar de nuestra vida se quedó el amor,
Se apagó la llama…
No nos dimos cuenta, no supimos verlo.
Silenciosamente, como una herida
Que te desangra de a poco.
Y aquello que alguna vez nos uniera
Es ahora la causa de mi huída.0
Y aquello que alguna vez me enamorara
Se convierte ahora en la seda que aprisiona,
Que asfixia, que vulnera.
Y es este agobio que me pesa
La que me convierte en otra.
Y deseo recuperar tu magia,
Para vos, para un mañana…
Y yo quedo aquí, sin tus palabras


POEMA DE TU CUERPO

Como una hormiga de plata
mi voz va recorriendo, lentamente,
hoy que ya no te veo,
el nardo luminoso de tu cuerpo...
Mi voz, que soy yo mismo
en la presencia de todas las distancias
de tu carne sonora,
que como flor y como seda
gime cuando mi boca se preludia en besos
en la brasa anhelante de tus labios,
clavel sangrando en ríos de esperanza
que disuelven la menta del deseo.
En el seno de sombras de esta noche de otoño
repaso la geometría de tu cuerpo,
hecha de selva y de marfil,
de brisa que se detiene
y toma una forma intangible
para cantar en brazos y cabello
la sinfonía germinal de un sueño
fundido en el crisol de alguna estrella,
¡tan alta y tan lejana,
que sólo en ti se realizó el milagro
y que no vuelve a realizarse nunca!
¡Así, toda desnuda,
como tu ausencia y tu presencia juntas
en tus senos votivos,
vigilantes de mi angustia
que busca en cada ofrenda
el relámpago vivo de tu carne
que estalla en mí
para beber mi aliento!
Entonces, sólo entonces,
tus pestañas me impiden ver tus ojos,
pero sin darme cuenta
de que en ellos he naufragado íntegro
y que no queda del naufragio
sino el despojo de mis alas muertas
sobre la arena fría de una playa sin olas y desierta.
Tú no te entregas nunca:
tu fatiga es tuya solamente;
la disfrutas muy adentro de ti,
como la vida, no sales del botón de la promesa;
cuando te das, te quedas en ti misma,
como la nube que, si se hila en agua
para caer sobre la tierra entera,
es para levantarse de nuevo
y nuevamente ser agua y nube en el vellón viajero.
Hay islas en tu cuerpo:
las recuerdo una por una y todas
forman el archipiélago de mis besos
que viven de estar en ti presentes
o de quemarse en mí para ser tuyos
y modelarte a su contacto
en el molde sediento de la palabra mía.
Pensar que tú eres mía,
creer que tú eres mía,
saber que tú eres mía
y sentir que lo eres,
como es mía la voz que te acaricia,
como es mía esta sombra que me grita
que es alma para verte.
¡Ah, cómo pudiera ser mar para quedarme
en la sirena de tu cuerpo!
Ser ola y sal para beber tu cuerpo!
¡Y cómo estoy en ti sin que me veas,
hecho beso y caricia trashumantes
en la selva de voces de tu carne,
y en tu alma la nota de silencio!
¡Oh, lágrimas lloradas
en infinitas noches de angustia de tu cuerpo,
como ésta de otoño en que yo siento
que te quedas tallada en mi cerebro
en actitud de mármol,
sin sangre, sin palabras,
presente en el dolor de la distancia,
quieta en la piedra de mi propio llanto!
Pero al tender los brazos tan cansados
se me escapa como el aliento en que se va la vida
y como luz que adentro se me apaga.


Ricardo López Méndez ( México, 1903 - 1989 )


ENMASCARADA


Y yo hago que te creo…
Y se visten de silencios tus mentiras…
Y digo que acepto, cuando me muero por dentro.
Y digo que entiendo… y me miento y te miento.
Y espero desesperada pero, me cuelgo mi mejor sonrisa para que no sepas.
Y salgo a repartir mariposas de sueños
Como si fuera dueña de la vida.
Y por dentro las garras de tu desamor hacen trizas mí esperanza pero, sigo aquí disfrazada de vida
Y estoy muerta…




VOLVER A VERTE

Me muero de ganas de decirte "Te quiero".
Y sé que es imposible, no puedo, no debo...
Maldigo el paraíso que cuando se presenta.
No dura lo que una estrella fugaz.
Al fin te tuve entre mis brazos,
Aquí está y se va...
Y sé que no podré volver a verte jamás.

Lavaste mi pié contra tu pecho de luna.
Con puntas de tu mojado pelo de espuma...
Revivo aquel milagro de la marea blanca.
Que era tu cuerpo derramando luz.
Aún palpita en el recuerdo,
Eras tú, eres tú...
Y sé que no podré volver a verte jamás.

No hacías preguntas, no querías respuestas.
Tu cuerpo y el mío dialogaban a tientas.
Buscando el ritmo exacto que marcan los latidos
Cuando conversan con la misma voz.
Al fin tocaba la Belleza, era amor, es amor...
Y sé que no podré volver a verte jamás



PIEL

Creyente sólo en lo que toco, yo te toco,
mujer, hasta la entraña, el hueso,
aquello que otros llaman alma, tan unida,
tan cerca de la carne mortal y voluptuosa
o siempre ardiente o nunca maltratada
sino dulce, oscilante entre querer
y subir, adentro de la espuma.
Te toco, dije, mujer, hasta el más húmedo
hueso de tu vientre, donde ya gimes tú,
y el aire libre viene, sin sangre
o pensamientos: un solo extremo
de mi cuerpo se convierte en el todo.
Ni un pensamiento impuro empaña entonces
ese goce: cuando estoy en tu vientre
sólo estoy en tu vientre. Soy ahora
ese límite extraño, esa piel que consume,
que se quema y se gasta, ese tacto
profundo que va desde la piel
al pozo ciego de mis venas, y también
un ruiseñor y un alto sol, tendido,
mudo. Un beso apenas, un leve,
ya risueño fulgor que lento acaba:
la piel que se contrae. La sangre
toda y los sudores hablan. Vuelven
a mí los pensamientos. Por ti camino
llano, por el tiempo. Cuando estoy
a tu lado, no estoy sólo a tu lado:
el agua entera fructifica, el espacio
se amplía y un lento sol nocturno
nos enciende por dentro.

Jaime Mario Labastida Ochoa ( México 1939)

domingo, 11 de mayo de 2014

HISTORIA DE TU AUSENCIA


Si ahora digo amor tal vez no diga
que la ausencia me mira del fondo de tus ojos,
que aquí estuvimos juntos, que fue hermoso
y que el sol conocía tu perfil de memoria.
Tal vez sea imposible que alguien sepa lo claro,
la luz que fue llevarte de la mano pequeña
como a un tallo mecido por un viento de música
hacia los territorios donde aguarda el silencio.

Y ya que estás distante,
qué pensarán los árboles
qué dirán las canciones,
cómo verá la noche mi soledad de río;
dónde pondrán su ronda los niños de la tarde,
adónde irán los pájaros sin tu risa y mi silbo
y la calle tan sola con sus puertas inútiles
y las sombras sin besos
y los perros perdidos;
ahora que la ausencia me interrumpe la boca,
ahora que me esperas tan allá de los niños.

Se nos ha muerto el año.
Yo le veo el invierno
hecho de un sólo frío,
de un solo tajo solo
a la mitad de agosto,
de una dura distancia...
larga, definitiva.
Porque de pronto sobran los barcos,
los andenes
y de pronto este rumbo ya no tiene sentido
como si nadie fuera hacia ninguna parte
o alguien hubiera muerto a mitad de camino.

Alguien.
Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije.
La flor de tu vestido.
Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre
para que recobrara su condición de estío.

Ya no sé,
nunca entiendo estas precarias sílabas,
cosas que no recuerdo de pronto me dominan:
¿te dije que tenías la piel como de humo?
¿que de estarme en tus ojos me conozco el origen?
¿te he enseñado el misterio de los árboles solos?
¿sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?

No sé,
nunca recuerdo tanta distancia,
tanta canción que no he cantado cuando anduvimos juntos.
Me dolería mucho no haberte dicho todo
lo que llevo en la boca casi como otra risa.

Armando Tejada ( Argentina, 1929-1992 )

DE PIE BAJO LA LUVIA

Así estás todavía de pie bajo la lluvia,
bajo la clara lluvia de una noche de invierno.
De pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa,
de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo.
Siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia,
con un polvo de estrellas muriendo en tus cabellos
y tu voz que nacía del fondo de tus ojos
y tus manos cansadas que se iban en el viento
y aquel cielo de plomo y el rumor de los árboles
y la hoja seca aquella que te cayó en el seno
y el rocío nocturno dormido en tus pestañas
y engarzando diamantes en tu vestido negro.

Así estás todavía lejanamente cerca
desde tu lejanía de sombra y de silencio.
Mi corazón te llama de pie bajo la lluvia,
de pie bajo la lluvia te acercas en el sueño.
La vida es tan pequeña que cabe en una noche.
Quizás fue que en la sombra me encontré con tu beso
y por eso me envuelve, de pie bajo la lluvia,
el sabor de tu boca y el olor de tu cuerpo.

Si, me has dejado triste porque pienso que acaso
ya no estarás conmigo cuando llueva de nuevo.
Y no he de verte entonces de pie bajo la lluvia
con las manos temblando de frío y de deseo.
Pero aunque habrá otras noches cargadas de perfumes
y otras mujeres, y otras, a lo largo del tiempo,
siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia,
bajo la lluvia clara de una noche de invierno...

José Angel Buesa (Cuba 1910 - República Dominicana 1982)