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miércoles, 26 de octubre de 2011

LA VIDA AL PASAR

Espérate un segundo, espera un poco,
a ver si lo que escucho es lo que oigo,
tal vez esté soñando que estoy loco,
la cosa es que no salgo de mi asombro,
me siento incapaz...

Me dices que no es demasiado tarde,
que todo el mundo puede equivocarse,
que aquella decisión fue un disparate,
que tú también supiste perdonarme,
que tenga piedad...

Si ves que se me escapa una sonrisa,
espero que me encajes la ironía...
ha sido tal la sarta de mentiras
que incluso alguna de ellas se te olvida,
de tantas que van, de tantas que van...

La vida, al pasar,
las vueltas que da
la vida, al pasar...

No cambias, te mantienes en tus trece,
pidiéndome que olvide de repente,
te crees que sigo siendo aquel pelele
que nunca se negaba a obedecerte
por no hacerte mal.

Me temo que si no me dieras pena,
tendría alguna lágrima dispuesta.
Lo siento, pero no es que me contenga,
es simplemente que la indiferencia
no sabe llorar...

Te juro que si no fuera tan triste,
sería imperdonable no reírse,
pensar que no recuerdo si te quise
es prueba de que ya es casi imposible...
cualquier vuelta atrás...


miércoles, 12 de octubre de 2011

LA AMANTE

No, no fue de ninguna manera el rímel corrido por las mañanas, al verla despertar. Tampoco fueron los ruleros ni las chinelas de ella recibiéndolo a las siete de la tarde. Fueron otras cosas menudas que se superpusieron en forma sistemática, unas a otras, a lo largo de ocho años.
Ni su cintura ensanchándose con el paso del tiempo, ni ese color terriblemente bordó de su último vestido.
Sino otras pequeñeces. Por ejemplo, el detalle de no nombrarlo nunca por su nombre, como si lo hubiese olvidado.
Por ejemplo, la manera de alcanzarle el plato servido mirando hacia otro lado. El encogimiento de hombros cuando él le comentaba algo de lo que traía encima, de la calle, de esa vida exterior que se le pegaba al cuerpo y al traje, y que ella evadía, ignoraba, todas las noches.
La respuesta que nada tenía que ver con la pregunta que le había hecho.
El mohín reprobatorio cuando  él le decía que se había encontrado con Fulano, el empecinamiento con que ella volvía aburridos todos los actos que les concernían.
El beso de buenas noches que se había perdido para siempre, y la molestia que le causaba el apuro de sus manos de hombre intentando la caricia antes del sueño.
La monotonía se había enancado en sus días, y el ramo de flores de algún domingo se había vuelto “un gasto inútil, fuera de lugar, cuando en realidad hubiera sido mejor engrosar las reservas para pagar las cuotas”.
Todo había ido a desembocar en un río de silencio, en una larga siesta de anestesia en la que dormitaba el acto de amor junto con el bostezo; y la madeja del pelo de Estela, cuidadosamente dispuesta para la salida de los sábados con el grupo de amigos de siempre, iba perdiendo brillo y sedosidad  durante los días de la semana.
La sedosidad de ese pelo, esa sedosidad que él trataba de atrapara antes de que se perdiera del todo los viernes, pero que ella rehuía o, si no, entregaba con resignación la cabeza como si fueran a decapitarla.
Víctor se sentía a veces  como un verdugo y otras veces, como un prisionero. Eran dos sensaciones antagónicas pero que se complementaban y lo dejaban vacío por dentro y por fuera. Luego sobrevenía una marea de rabia envolviéndolo, apretándolo hasta provocarle un dolor físico y, por fin, una resignación pasiva, fría, razonada con lógica ferocidad.
Podía muy bien romper todo lo que encontrara a mano, gritar, golpear las paredes con los puños, pero eso no lo conduciría a nada o lo conduciría a comprobar con amargura que las paredes permanecerían en su sitio y que la comida estaría  lista puntualmente para las nueve.
Y además, ahí estaba ella. Ella, que no se daba cuenta de nada, que sonreía con su mansa sonrisa y encendía el televisor para embobarse ante la serie semanal  correspondiente al día de la fecha. Ella, que no acusaba recibo de las violentas que a él lo carcomían.
Ella, la misma que se había ruborizado la primera vez que la besó, l misma que había caminado por la calle tomada de su  mano; la misma que había sacudido vivamente sus palabras de amor, de enamorada, de querida, de mujer, en los vehementes preámbulos del deseo y de los encuentros de la carne y la ternura  y la idealización de un conjunto de cosas que la gente llama amor.
Lo peor para Víctor era saber que tenía que tragarse la rabia y el desencanto porque una vez, esa única vez  en que había intentado decirle que ella no lo amaba ni remotamente como él necesitaba ser amado, Estela se había convertido en una mujer escarlata, deshecha en lágrimas, y que había esgrimido su índice para señalarlo como al “hombre que está buscando complicaciones, excusas para engañar, para saciar con otras su sed de aventuras  y sus ansias de cambio”.
En verdad, los pensamientos de Víctor  distaban mucho de ser esos que ella le adjudicaba.
Ni remotamente se le había ocurrido la posibilidad de buscar otra mujer, de someter o someterse a otra mujer.
Lo que quería, sencillamente, era recuperar a la mujer que Estela había sido alguna vez; ganarla para su causa, sacudirla con sus mismos estremecimientos, conseguir que siguiera con interés, hiladamente sin saltos de letra, sus palabras, que convirtiera ese monólogo de hombre en que se habían transformado sus confidencias, en el diálogo de una pareja de seres humanos que tiene la necesidad de la comunicación y la compañía.
Sólo eso. Nada más que eso. Y sin embargo, TODO ESO.
Pero “otra”, no, en otra no había pensado…
No lo había pensado hasta ese momento, hasta el mismo instante en que ella pronunció la frase y le abrió de pronto una posible ventana a la luz, a una ensoñación casi adolescente, alocada y pueril y, no obstante, maravillosa.
Entonces empezó a mirar a las mujeres que pasaban a su lado; empezó a mirarlas con detenimiento, con interés, con toda la intención de abordarlas.
Era un pescador echando redes. Grandes redes hechas con sus cabellos, con sus dientes, con sus ojos, con su cinco sentidos agudizados y alertados por la pasión que lo encendía, piel hacia adentro y hacia afuera.
Una red y una hoguera.
Eso era.
Hasta que por fin, una tarde, una tarde parecida a cualquier otra tarde, murmuró un nombre que podía ser el nombre de muchas mujeres, pero le pertenecía sólo a ella: pelo anaranjado, ojos color aceitunas, ni linda ni fea, ni demasiado joven.
Marta,. Marta Lucero, perito mercantil, empleada del tercer piso, sección contaduría.
Le dijo: “marta, ¿vamos a tomar un café?”.
Y ella respondió: “Bueno, vamos”.
Sencillamente eso.

                                                                           POLDY BIRD


viernes, 7 de octubre de 2011

AUSENCIA

Te extraño...y de tanto extrañarte ya no sé si es cierto.
Te extraño... y de tanto decirlo, he llegado a amar tu ausencia.
Y es ese extraño lazo el que aún te mantiene vivo, mío.
Te extraño, te extraño, te extraño...
Te extraño, te extraño...
Te extraño...
Lo repito hasta el hartazgo para no olvidarte, para que sigas conmigo, omnipresente, único, inmortal, porque temo que si dejo de extrañarte, serás libre eternamente y olvidaré tus ojos, tu aroma, tu voz, el calor de tu placer y el mío como cuando aún me amabas.
Y es ese sentimiento el que aún nos mantiene unidos, perteneciéndonos mutuamente, precisándonos para ser...
Y me empecino, aunque duela como un tizón encendido en mis entrañas, en seguir en esta agonía del recuerdo constante que martiriza mi mente como el sonido del reloj taladrando mis oídos, cada vez más fuerte y más fuerte.

Ese maldito reloj que me recuerda que es otro minuto más sin tu presencia, y yo aquí, extrañándote, necesitándote como el sediento al manantial.
Y me pregunto una y mil veces como no sentís lo mismo. Como no te falta el aire sin mí. Como tu piel vive sin el roce de mi cuerpo. Como tu boca no se marchita sin los besos de la mía, como me pasa a mí, maldita sea!!
Y necesito extrañarte para que no te vayas. Para que tu imagen se recueste a mi lado y pueda sentir tu presencia en mi cama, como antes, como cuando aún éramos uno y afuera, el mundo...
Y a veces temo que llegue el día en que despierte y mi primer pensamiento no sea tuyo, porque ese día habré olvidado, definitivamente, el camino que me conducía a vos, querido mío.
 

lunes, 3 de octubre de 2011

EL BREVE ESPACIO EN QUE NO ESTAS

Todavía quedan restos de humedad,
sus olores llenan ya mi soledad,
en la cama su silueta se dibuja cual promesa
de llenar el breve espacio en que no está...
Todavía yo no sé si volverá,
nadie sabe, al día siguiente, lo que hará.
Rompe todos mis esquemas, no confiesa ni una pena,
no me pide nada a cambio de lo que da.
Suele ser violenta y tierna,
no habla de uniones eternas,
mas se entrega cual si hubiera sólo un día para amar.
No comparte una reunión,
mas le gusta la canción que comprometa su pensar.
Todavía no pregunté « ¿te quedarás?».
Temo mucho a la respuesta de un «jamás».
La prefiero compartida antes que vaciar mi vida,
no es perfecta
mas se acerca a lo que yo simplemente soñé...




 

LA PRINCESA BUSCA MARIDO

 Había una vez una princesa, que quería encontrar un esposo digno de ella, que la amase verdaderamente. Para lo cual puso una condición: elegiría marido entre todos los que fueran capaces de estar 365 días al lado del muro del palacio donde ella vivía, sin separarse ni un solo día. Se presentaron centenares, miles de pretendientes a la corona real. Pero claro al primer frío la mitad se fue, cuando empezaron los calores se fue la mitad de la otra mitad, cuando empezaron a gastarse los cojines y se terminó la comida, la mitad de la mitad de la mitad, también se fue.
Habían empezado el primero de enero, cuando entró diciembre, empezaron de nuevo los fríos, y solamente quedó un joven. Todos los demás se habían ido, cansados, aburridos, pensando que ningún amor valía la pena. Solamente éste joven que había adorado a la princesa desde siempre, estaba allí, anclado en esa pared y ese muro, esperando pacientemente que pasaran los 365 días.
La princesa que había despreciado a todos, cuando vio que este muchacho se quedaba empezó a mirarlo, pensando, que quizás ese hombre la quisiera de verdad. Lo había espiado en Octubre, había pasado frente a él en Noviembre, y en Diciembre, disfrazada de campesina le había dejado un poco de agua y un poco de comida, le había visto los ojos y se había dado cuenta de su mirada sincera. Entonces le había dicho al rey:
- Padre creo que finalmente vas a tener un casamiento, y que por fin vas a tener nietos, este es el hombre que de verdad me quiere.
El rey se había puesto contento y comenzó a prepararlo todo. La ceremonia, el banquete e incluso, le hizo saber al joven, a través de la guardia, que el primero de Enero, cuando se cumplieran los 365 días, lo esperaba en el palacio porque quería hablar con él.
Todo estaba preparado, el pueblo estaba contento, todo el mundo esperaba ansiosamente el primero de Enero. El 31 de Diciembre, el día después de haber pasado las 364 noches y los 365 días allí, el joven se levantó del muro y se marchó. Fue hasta su casa y fue a ver a su madre, y ésta le dijo:

- Hijo querías tanto a la princesa, estuviste allí 364 noches, 365 días y el último día te fuiste. ¿Qué pasó?, ¿No pudiste aguantar un día más?
Y el hijo contestó:
- ¿Sabes madre? Me enteré que me había visto, me enteré que me había elegido, me enteré que le había dicho a su padre que se iba a casar conmigo y, a pesar de eso, no fue capaz de evitarme una sola noche de dolor, pudiendo hacerlo, no me evitó una sola noche de sufrimiento. Alguien que no es capaz de evitarte una noche de sufrimiento no merece de mi, Amor, ¿verdad madre?
Cuando estás en una relación, y te das cuenta de que pudiendo evitarte una mínima parte de sufrimiento, el otro no lo hace es, porque todo se ha terminado.
                                                                                              (Jorge Bucay)



domingo, 2 de octubre de 2011

BUSCANDONOS

Nadie encuentra lo que no está buscando. No es verdad
que las cosas aparecen de pronto; que, sorpresivamente,
cuando para la lluvia, vemos una hermosísima flor en el
tallo en el que antes no había nada. Allí hubo, por lo
menos, un capullo cerrado, algo que estaba por abrirse,
por transformarse en flor...
Cuando un hombre encuentra a una mujer, cuando una
mujer encuentra a un hombre... los dos estaban buscándose.
Por soledad. O por dolor. O por ganas de revivir la vida
insuflándole oxígeno a los pulmones.
O porque sí. ¿Por qué explicarlo todo? ¿Por qué decir
que la causa, el efecto, que la casualidad no existe, que...?
Mejor pensemos que lo importante es que, cuando no hay
alguien a nuestro lado, no hacemos tostadas (¿para mí
solamente? (No...), no gastamos el frasco de perfume,
duran menos las latas de atún y más las milanesas en el
freezer, compramos con más nostalgia que alegría un
ramito de flores para llevar a casa, y estrenamos muy
pocas cosas. Se van yendo las ganas, como se va la luz,
poquito a poco...

Y la noche nos asesta su golpe con el recuerdo,
nos envía sus fantasmas más tristes, sus sombras incansables e inclementes.
 La noche que no termina nunca, que crece, que atormenta, que entrevera nombres,
que ronda, que  agiganta las lágrimas hasta transformarlas en un océano.
Estamos solos porque no hacemos una llamada.
Porque no damos el paso que nos acerca.
Porque no decimos la primera palabra que se transforme en puente.
Nadie encuentra lo que no está buscando.
¿Por qué crees que vos y yo nos encontramos? ¿Desde
dónde venías acercándote? ¿Desde cuándo yo esperaba
que llegaras? ¿Por qué yo? ¿Por qué vos? ¿Por qué nosotros?
¿Por qué crees que no te desviaste, con otro rumbo, que no
fuiste más hacia el sur, o más al norte, o al otro lado del
mar incalculable? ¿Por qué pensás que me detuve para que
pudieras alcanzarme, extender las dos ramas de tus brazos,
abarcarme con toda tu ternura como diciéndome "ahora ya
no te pasará nada malo, nada triste, nada cruel"; podes
dejar de llorar, podes dormir con los ojos cerrados,
mansamente y, al despertar, no estarás sola... Nunca más
estarás sola. "¿Y yo no estaré solo nunca más...?" ¿Por qué?
Porque los dos estábamos buscándonos.
Porque desde aquella lejana, lejanísima primera vez que
nos vimos, quedó un delgado, finísimo, invisible hilo
uniéndonos... un hilo que nada puede cortar, un hilo que
atraviesa paredes, muros, montañas... un hilo
indestructible que no soltaste, que no solté, y que al fin
volvió a reunirnos para que la historia termine su retrato,
tal vez poniendo un poco menos de tonalidad en la paleta,
o distintos colores y brillos, pero retornando a los dos
mismos protagonistas.
Vos y yo. Regresando. Volviendo al paraíso prometido que
salimos a buscar sin saber que lo teníamos tan cerca,
debajo de los pies. Cuando un hombre encuentra a una
mujer, cuando una mujer encuentra a un hombre... los dos
estaban buscándose. Nadie encuentra lo que no está
buscando. ¿Me entendés, ahora?

                                                                         POLDY BIRD


AMIGOS

Tengo amigos que no saben cuánto son mis amigos. No perciben el amor que les profeso y la absoluta necesidad que tengo de ellos.
La amistad es un sentimiento más noble que el amor, es que permite que el objeto de ella se divida en otros afectos, en cuanto el amor tiene intrínseco los celos, que no admite  la rivalidad.
Y yo podría soportar, sin embargo no sin dolor, que hubiesen muerto todos mis amores,  
 mas enloquecería si muriesen todos mis amigos!
Hasta aquellos que no perciben cuánto son mis amigos y cuánto mi vida depende de sus existencias…
A algunos de ellos no los frecuento, me basta saber que ellos existen. Esta mera condición me llena de coraje para seguir en frente de la vida. Más, porque no los frecuento con asiduidad no les puedo decir cuánto gusto de ellos. Ellos no lo creerían.
Muchos de ellos están leyendo esta crónica y no saben que están incluidos en la sagrada relación de mis amigos. Mas es delicioso que yo sepa y sienta que los adoro, aunque no se los diga y no los frecuente.
Y las veces cuando los frecuento, noto que ellos no tienen noción de cómo me son necesarios, de cómo son indispensables a mi equilibrio vital, porque ellos hacen parte del mundo que yo, trémulamente, construí y se tornaron en fundadores de mi encanto por la vida.
Si uno de ellos muriera, yo quedaría torcido para un lado. Si todos ellos murieran, yo me desmoronaría! Es por eso que, sin que ellos sepan, yo rezo por su vida. Y me avergüenzo, porque esa súplica está, en síntesis, dirigida a mi bienestar. Ella es, tal vez, fruto de mi egoísmo.
A veces, me sumerjo en pensamientos sobre alguno de ellos. Cuando viajo y estoy delante de lugares maravillosos, me cae alguna lágrima porque no están junto a mi, compartiendo aquel placer…
Si alguna cosa me consume y me envejece es que la rueda furiosa de la vida no me permite tener siempre a mi lado, habitando conmigo, andando conmigo, hablando conmigo, viviendo conmigo, a todos mis amigos, y, principalmente los que solo desconfían o tal vez nunca van a saber ¡que son mis amigos!
La gente no hace amigos, los reconoce.

                                                                           Vinicius de Morais


LA DEUDA

Para que me sientas cerca decidí alejarme.
Es la ausencia la que  me aproxima, la que me hace más vívida, la que me corporiza.
Quiero que sientas el susurro de mis palabras no dichas.
 Las caricias de mis manos sobre el teclado intentando que las sientas en vos.
Y es en la ausencia donde me  vuelvo real  para tus ojos.
Faltan las palabras.
Las mías,  las que me materializan, las que me ponen casi al alcance de tus manos.
Faltan las tuyas, a veces temerosas, otras desbocadas como corceles, olvidándose por un instante, que querías poner una distancia entre tu mundo y este que nos pertenece.
Falta mi sonrisa, la que comparto con vos algunas veces. Y falta la tuya, cuando intentás descubrir con que disfraz vendré esta noche y adivinándome. No sé cómo, pero adivinándome.
Falta mi tristeza, que alguna vez se escapa, sin que yo lo quiera, pero que también es parte de mí.
Falta la mutua compañía.  El jugar a las escondidas. Esa dualidad de querer saber, pero no…
Nos medimos: vemos hasta donde y hasta cuando…Las murallas van cayendo poco a poco.
Te he contado de mí apenas lo que he querido contar. Igual que hiciste conmigo.
Has  bajado poco a poco las barreras y vas dejando las miguitas en el camino hasta la puerta entornada, invitándome a ser parte.
Avanzamos dos pasos y retrocedemos uno. No por miedo, por prudencia.
Hoy faltaron tus palabras y las mías…se perdieron en el camino que las llevaba a ese rincón del primer encuentro.
Y estoy aquí, cercana e invisible…pensando en cuan larga será la ausencia  e intentando pagarte la deuda con estas letras…