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martes, 27 de mayo de 2014

EL ARENAL

Rueda tu adiós. Rueda como un viento sobre las arenas del desierto, levantando un oro que resplan­dece al sol, quema, lastima los ojos. Y entonces el llanto corre por mi rostro y tengo que inventar cualquier excusa para cortar la charla o el trabajo, me entró una basurita, se me hace tarde, chau.
Rueda como una piedra, y montaña abajo, co­razón abajo, va formando un alud, y tanta nieve me aplasta, me ahoga. No puedo, no puedo soportarlo. Quiero arrancarme el adiós de encima, quiero libe­rarme del adiós. Y nada. No puedo.
Podría decirte que tu adiós tiene más poderes sobre mí que los que tuvo tu amor.
Porque cuando me amabas, cuando el mundo era hermosísimo y transparente, tu amor era un aliento leve que me contenía y en él podía ir y venir, mo­verme como dentro de las aguas de un río calmo y refrescante, remontarme a los territorios de la infancia, columpiarme entre nubes de mariposas anaranjadas apantallando al verano con sus alas inquietas.
Cuando me amabas yo podía ser un vértigo.
Cuando me amabas yo podía ser un canto su­biendo por los valles, repicando en los campanarios, girando en las aspas de los molinos, trepando sin cansancio las escaleras de la lluvia. Un canto via­jando por montañas, multiplicándose en el eco de algunos desfiladeros, empapándose en la humedad de las gramillas...
Cuando me amabas yo podía ser un ave.
Cuando me amabas yo podía ser una mujer.
Podía pasarme largo tiempo delante del espejo poniéndole colores a mi rostro, perfumando mi cuerpo, tratando de parecer bella para que pensaras que era bella.
Podía recorrer las calles mirando vidrieras pa­ra elegir la ropa que te hiciera decir: hoy estás linda, te queda bien el verde o el azul o el turquesa...
Cuando me amabas yo podía ser... el universo, con todo lo que tiene dentro el universo.
Pero libre, libre, libre de estar con vos o estar por ahí, pensando en vos, queriéndote cuando se me daba la gana o todo el día o unos minutos; cerrando los ojos y encontrando tus palabras dentro de mí. Estirando mis manos y encontrando tu cuerpo, o el recuerdo de tu cuerpo estremeciéndome.
En cambio ahora... desde tu adiós, soy una esclava, una pobre esclava de la tristeza, del abismo,
Quiero pensarte, y una nebulosa me ciega los ojos.
Quiero tocarte, y un vacío me circunda.
Quiero hablarte, y un silencio aborta mis pa­labras.
Cierro los ojos, y te vas escapando por un tra­galuz que no me permite alcanzarte ni con la mirada ni con el recuerdo ni con el grito...
Tu adiós me ha paralizado.
Detuvo las agujas del reloj... y ¿por qué, por qué no detuvo los latidos de mi corazón... ?
¿Por qué no me cortó el aliento?
Solamente me cortó las alas, me dejó conver­tida en estatua, sin sueños, sin quimeras, sin espe­ranzas, sin camino delante, sin luz, sin trinos. Como un árbol partido por el rayo, quemado, atado a sus raíces secas que lo mantienen, quién sabe por qué, en pie.
Y soy un arenal de revueltas arenas, en donde no crecerá nada, nunca más, por los siglos de los siglos.
Y ni siquiera amén.

autora: Poldy Bird



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