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sábado, 30 de mayo de 2020

APRENDER A DECIRLO

Yo quería habértelo dicho en ese momento.
Sin ponerme a pesar tanto las palabras, a medirlas, a imaginarme lo que podrías contestarme, lo que podrías pensar.
Claro, tuve miedo de que te sonara a lástima, a remiendo. O mejor, no, seré sincera: tuve miedo de que te burlaras de mí. De que me respondieras con una frase agria que echara por el suelo todas mis buenas intenciones y me hiciera crecer unas enormes ganas de pegarte, de odiarte, de humillarte.
Pero, ¿sabes?, no es una cosa mía. Para todas las mujeres la imagen de su hombre es un poco la de Súperman: ese que nunca está cansado (o no lo demuestra, por lo menos), que dice que las mujeres hablan como cotorras, que no saben controlar sus nervios, que gastan más energías de las necesarias para hacer cualquier cosa. Ese que espolvorea un poco de misterio sobre sus asuntos de trabajo y traza una clara línea divisoria entre "sus asuntos" y "su casa". Ese que, con manos de mago, arregla un enchufe, le cambia una lámpara quemada al televisor, le sube el asiento a la bicicleta del hijo. Ese que se acuerda de cómo se saca la raíz cuadrada de "quinientos quince", de los nombres de los vocales de la Primera Junta de Gobierno, de cuáles son las capitales de los países más raros...Y bueno, Súperman.
Yo me acurrucaba junto a vos cuando los relámpagos cortajeaban el cielo. Yo buscaba tu cuerpo con mis dedos cuando una pesadilla me sacudía en la noche, y al sólo percibir tu tibieza mi corazón aquietaba su galope y volvía a dormirme, plácidamente. Por todo eso, no quise ver que te ocurría algo.
Me lo negué. Me salteé tu gesto preocupado, tu escasez de sonrisas, tu apuro por dormirte sin hablar, zambulléndote en los territorios del sueño como en un país donde el tiempo se detiene, se repliega en sí mismo, se suspende, colibrí perpetuado sobre la misma flor, chaparrón transformado en duras estalactitas.
Yo odiaba tu sueño, la ausencia que tu sueño me imponía, el abandono en que tu sueño me sumía.
Y rumiando reproches, te culpaba, juzgaba duramente tus silencios, me encerraba a mi vez, en vez de tentar tu necesidad de comunicarte, con las puertas abiertas.
Yo pensaba en mi herida, por eso no veía tu herida.
Yo pensaba en mi soledad, por eso no me daba cuenta de tu soledad.
Yo pensaba en el amor que me faltaba, por eso no advertía el amor que te faltaba.
No, no me hago la heroína... no cargo toda la culpa; porque si mi culpa fue no darme cuenta, tu culpa fue no haber hecho el gesto que me hiciera dar cuenta.\t
Sí, un hombre puede tener un fracaso. Puede saber, de pronto, que hay que empezar de nuevo. Y los comienzos son duros, dan miedo; sobre todo, cuando el que tiene que comenzar es un hombre que creía que había hecho la mitad del camino.
Yo tendría que habértelo dicho en ese momento. No lo que tenías que hacer, no la solución para todos tus problemas, no.
Solamente mi mano apoyada en tu hombro, solamente mis ojos buceando en tus ojos, y ocho letras llegando como pájaros en vuelo hasta tu pecho:
Te quiero.
Sin importarme que dijeras que no podías creerme, que en las fotos todos quieren ponerse al lado del ganador...
Yo tendría que habértelo dicho cuando creció en mí el ansia de decírtelo. Pero callé. No me atreví. No quise reconocer que el hombre que quiero tiene flaquezas y a veces quiere acurrucarse junto a mí cuando los relámpagos cortajean su cielo.
Ahora, un poco a destiempo, pero sinceramente, viéndote trepar por la ladera arañando la tierra, a medio aliento, me convierto en mujer, me asumo, admito que vivir también es duro para Súperman, te doy mi mano abierta, tibia, y me prometo no callarme nunca cuando sienta que quiero decirte que te quiero.
Porque te quiero, pienses lo que pienses. Te quiero y te lo grito, suene a remiendo, a pena, a amor o a llanto. No seré más un cementerio de palabras, un silencio de muro dolorido, sino un huerto que levanta su voz como una flor.

Autora: Poldy Bird







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