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miércoles, 16 de mayo de 2012

LA INTRUSA


Hacia un tiempo que esa extraña se había instalado en su casa. No tenía noción de cuando había sucedido pero, de pronto, notó su presencia.
Era como una sombra. La sentía siempre  como observándola. Era como un perfume pesadamente dulzón que la envolvía, sobre todo en los días grises.  Muchas veces intentó que se fuera, que se alejara, que dejara libre su espacio, su refugio, su intimidad.
Por algunos momentos creía que lo había logrado. Eran los días soleados de cantar por las mañanas. De las sonrisas sin sentido. De los ojos brillando como gemas. Y disfrutaba de esos momentos como antes de que ella llegara.
 Pero, cuando menos lo esperaba, cuando las ventanas movían las cortinas o alguna puerta se entornaba, allí estaba ella: amenazante, mirándola con esos ojos oscuros que la taladraban, produciéndole un estremecimiento difícil de soportar.
Era como batallar contra alguien que tenía todas las armas para vencerla. Disputaba su espacio. Invadía cada uno de sus rincones. Sentía que, casi sin darse cuenta, la que se estaba convirtiendo en intrusa era ella misma. Iba perdiendo terreno. Sus ropas ya olían a la otra, no a ella. Lo estaba llenando todo de a poco. Los cuartos, antes brillantes de luz, se iban tornando más y más lúgubres a medida que el tiempo pasaba. La música que le gustaba, se fue apagando, y un silencio cada vez más pesado la empezaba a ahogar.
Se había vuelto una persona temerosa, insegura. Su sonrisa se había evaporado, ya no recordaba cuando. Se encerró en su cuarto y no había vuelto a salir por temor a cruzarse con ella de nuevo.
No sabía cuánto más podría soportar la situación: tenía que tomar una decisión con urgencia  o ya no podría retomar su vida y volver a ser la que fue…Decidió enfrentarla. Junto coraje. Respiro hondo, tanto que hasta unas lágrimas se escurrieron sin pedir permiso. Y mirándola por última vez a los ojos, tomó la tela con sus dos manos y tapó el espejo.

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