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jueves, 4 de agosto de 2011

TRAS LA BRUMA

Me he subido a la barca
Ya conozco el rumbo. Sé donde me lleva este viaje.
Ya no aguanto más vivir en tierra…firme?
Firme fue cuando creí que me amabas.
Firme fue cuando me refugiaba entre tus brazos con las sábanas enredadas en nuestros cuerpos, y nuestros cuerpos aún más enlazados.
He intentado vanamente creer que ya no te amaba. Me lo repetí una y mil veces, para que doliera menos, para que no vieras en mi pecho el hueco  que quedó cuando mi corazón  se fue tras tus pasos, sin poder evitar que lo pisotearas una y mil veces y, aún así, latía al sumergirse en el frío de tus verdes ojos.
La Parca ha esperado por mí ya demasiado tiempo: los muertos vivientes no tiene lugar en este sitio de apariencias humanas.
Yo me aferraba al muelle con las manos ensangrentadas, pensando que vendrías, que notarias  que te hacía falta, que pedirías desesperadamente que no parta.
Pero mis ojos, en vano, buscaban los tuyos. Aquellos ojos en los que veía mi amor reflejado luego de sacarnos la piel de tantos besos, de tanto fundirnos en el cuerpo del otro, hasta no distinguir entre tu piel y la mía.
Hubiera querido tener un último deseo, como un condenado. Hubiera deseado arder en la hoguera una vez más y morirme como en cada tarde robada, mezquinada a otros, para hacerla nuestra.
Sentir como entonces que la vida se me iba para dar vida a tu cuerpo. Como Miguel Ángel: la agonía y el éxtasis.
Sentir que la vida se me escapaba para alimentar tu savia con la mía, abonando el valle fértil donde esperamos el hijo que se empeñaba en no llegar.
Ya no hay tiempo.
Voy a la tierra de los que ya no tienen valor para vivir. El mío se apagó de a poco cuando te fuiste.
Ya no tiene sentido seguir esperando. Por que volviste y aún no sé si es para amarme o para ver, una vez más, que mi amor supera las heridas que me causaste.
Pero ya no queda en mí más piel que lacerar, más sangre a ser vertida en el campo de tu indiferencia.
Estoy partiendo.
 Mi cuerpo ya no bulle como cuando tu boca dibujaba incansablemente el mapa del deseo sobre mi piel.
El frío se acrecienta  a medida que me alejo y lo único que aún demuestra que hay vestigios de humanidad en mí, es el brillo de mis ojos, cuando te diviso allí entre la bruma, extendiendo tu mano para retenerme y, aunque sé que ya no habrá más danzas entre tus labios y los míos, me llevo en mi retina tu mirada desesperadamente húmeda, diciendo más que tus palabras.
Y muero feliz porque llevo en mi equipaje tu amor, tardío amor, pero eternamente mío…


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