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lunes, 29 de agosto de 2011

UNA PALABRA


Yo voy corriendo detrás de una palabra.
 Fue arrojada por mi boca como una piedra.
Atravesó el aire que nos separaba, y pudo parecer que te cayó en los ojos, porque tus ojos se volvieron rojos de dolor y de lágrimas.
Yo arrojé la palabra como quien abre las puertas de una jaula y libera a las aves.
La palabra avecilla jamás será apresada.
Hendió el espacio azul con sus dos negras alas, y oscureció el sol.
Me habías preguntado:
—¿Me querés todavía?
La discusión pesaba aún sobre nosotros. Me temblaban las manos, me temblaban la voz y las rodillas. Me molestaba tu mechón de pelo caído sobre la frente con un movimiento de adolescencia, me molestaba tu pantalón planchado, tu camisa de estreno, la corbata un poco llamativa. Me molestaba que fueras joven, que quisieras defender tus puntos de vista, tu libertad, tu individualismo, que tomaras decisiones sin consultarme, sin tener en cuenta mis puntos de vista.
Estaba herida, rabiosa, tonta, tensa..., tal vez también estaba temerosa, resguardándome detrás de esa armadura llena de espinas que es el orgullo.
Y en vez de aquietar las aguas embravecidas, en vez de amansar el océano y convertirlo en un lago donde pudiéramos zambullirnos riendo y bebiéndonos la inmensidad del cielo reflejada en la piel, me contraje en un gesto de fiera agazapada y murmuré:
—No.
¿Me querés todavía? No. ¿Me querés todavía? No. ¿Me querés todavía? No.
¿Me querés todavía?
No.
Desde ese instante me eché a correr detrás de la palabra.
Mi alma desbocada como un potro escarlata se lanzó tras ella.
Había que atraparla. Pero no servían las lentas redes de cazar mariposas.
Había que pescarla, pero no servían las largas líneas de pescar dorados.
Había que rescatarla de las aguas profundas.
Había que traerla de las galaxias lejanas.
Palabra, palabrita pequeña, palabra de dos letras apenas, palabra de cuchillito, de sonido tan breve, de color tan intenso, palabra, palabrita con alitas de mosca, pósate en mi mano, vuelve, acércate a mi boca, entra en mí nuevamente y te tendré conmigo para siempre.
Pero no pude asirla.
Fue derecho a la herida, fue derecho a la duda, fue derecho al dolor.
Y vi cómo pagabas el café, te ponías el sobretodo castaño, tratabas de sonreír un "chau" al alejarte.
Durante horas me quedé en el bar, atragantándome con café y cigarrillos, con desesperación y lágrimas.
Conociéndote como te conozco, sé que aunque volvamos a vernos, aunque nos estrechemos las manos y los cuerpos, nunca volverás a creer en la total plenitud de mi amor.
Conociéndote como te conozco, sé que tendré que rogarte, que perseguirte y suplicarte para que lo nuestro no termine.
Conociéndote como te conozco, sé que aun en los momentos de alegría, en los momentos de luces y de fuegos, la pequeña palabra inalcanzable batirá sus alitas de mosca y pondrá una levísima sombra de permanente duda en tu mirada.
Y será mi enemiga, mi terrible enemiga para siempre, una palabra.

                                                                                           Poldy Bird


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